martes, mayo 03, 2005

Dos pequeñas anécdotas para recordar a Nahuatzen

Un día, por ai del año ‘98, decidí ir a ver alguna película del Foro de la Cineteca. En esa ocasión me eché una función doble que disfruté ampliamente. La primera era una película francesa que narraba tres historias entrelazadas de personajes femeninos; la segunda una película rusa inquietante desde el título: De monstruos y hombres. Recuerdo que era sábado, que fueron las últimas funciones de la tarde-noche y que si acaso había otras dos personas en la sala además de mí.
La película era extraña, filmada en sepia, muda. Aunque de factura reciente (1998), recreaba muy bien el cine de esa época. En ella se narra la historia de un instructor contratado en la casa de un burgués para educar a la hija única, huérfana de madre. Supongo que la historia está ambientada a principios del siglo XX, antes de la Revolución. Como se podrán imaginar, el padre no se ocupaba demasiado de la criatura adolescente, que es pervertida por el instructor. El padre muere, la herencia le es arrebatada y la aparentemente ingenua chica se dedica a exhibir sus encantos en una vitrina, un espectáculo no muy diferente al que se puede ver actualmente, pero con parafernalia de principios de siglo. En realidad representa la fantasía sexual de ambos, ya que ella levanta coquetamente las enaguas, alzando las nalgas, mientras el instructor le propina latigazos y los dos parecen felices y realizados.

La película es bellísima y me impactó tanto que necesitaba comentarla con alguien. Sin embargo ninguno de mis amigos cinéfilos la había visto y no tuve más remedio que guardar las impresiones para mí... hasta que un día encontré a Nahuatzen, a quien inmediatamente después de saludar dije con todo el entusiasmo contenido: “¡qué crees! Fui a ver una película extrañísima que nadie más ha visto, es rusa, muda, en color sepia...”; antes de que pudiera terminar la frase Nahuatzen me contestó indignado: “¡De monstruos y hombres! ¡Cómo que nadie más la vio, por supuesto que yo la vi!” Y en seguida tuvimos una amplia conversación sobre el concepto del monstruo en la literatura y en el cine, y sobre por qué el instructor encarnaba todos sus atributos y era, efectivamente, un monstruo.

En otra ocasión me contó que había leído una novela policiaca de Balzac, y que era aburridísma porque se pasaba diez páginas describiendo la fachada del edificio donde había ocurrido el crimen. Me acordé de Eugenia Grandet y me di cuenta de por qué no había vuelto a leer a Balzac.


Siempre, siempre extrañaré esas conversaciones.